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SANDBOARD EN EL SAHARA

SANDBOARD EN EL SAHARA

Siempre he tenido ganas de ir al Sahara, lugar de grandes relatos, leyendas y aventuras, patria de los pueblos Tuareg.

Los fundadores de la Asociación Española de Deportes Extremos teníamos organizado el viaje desde hacía tiempo. Sólo faltaba coordinarnos todos.

Sandboard en el Sahara con la Asociación Española de Deportes Extremos.

Yo salí de Madrid dos días más tarde que el resto del equipo. Viajaba en la nueva furgoneta. Había salido en cuanto me habían dado los papeles del vehículo. La tarde anterior habíamos equipado la furgoneta para acampada y la habíamos llenado de material.

Viajábamos Pichu, Jacobo, Piti y yo. Habíamos quedado con el resto del equipo en Marruecos, en la carretera que va de Tetuán a Fez, pasado en cruce de Chefchaguen, Ketama, en el margen derecho de la carretera, acampados cerca del río.

Allí deberían estar Arancha, Álvaro, Kuiti, Dani, Nacho García y Tito. Nos encontramos ciento cincuenta kilómetros más al sur de donde habíamos quedado, cerca de Fez, y continuamos viaje juntos hacia el osais de Er-Rachidía, donde se encuentra la Fuente Azul, cerca de Erfoud, la puerta del desierto.

Era el mes de julio, y por el camino el calor era insoportable. Nos tuvimos que parar en una sombra a pasar las horas de mayor calor, ya que era casi imposible conducir. La temperatura superaba los cuarenta y cinco grados. Al atardecer continuamos la marcha, y pasamos por los bosques de cedros gigantes de la región de Azrou.

Sabía que por estos bosques habitan los macacos de berberia, así que me puse a buscarlos y los encontré, para sorpresa de todos.

Estuvimos largo rato observando a una gran familia de macacos, que se acercaban con cierta confianza a comer con nosotros. Graciosos y simpáticos animales con su hábitat amenazado por el desarrollo. Continuamos hasta Er-Rachidía, donde nos refrescamos en su lago y dormimos.

Al atardecer del día siguiente, y tras pasar un estupendo día en el oasis, rodeados de abundante vegetación dominada por las palmeras, y tras adquirir variados productos de artesanía a base de trueque, nos dirigimos hacia el desierto. Esperamos al atardecer, ya que por el día, la temperatura fuera del oasis se acercaba a los cincuenta grados. Por ahorrar dinero nos fuimos con un guía joven.

En Erfoud dejamos el ultimo tramo de carretera asfaltada, y nos adentramos en las pistas. Por el camino vimos varias ardillas del desierto, que se levantan sobre la cola para observarnos, y un escorpión negro, de esos que si te pican te arreglan el viaje. Se nos hizo de noche, y tras un par de horas dando vueltas en círculo (tal como indicaba la brújula), nos paramos para preguntar al guía si esto era normal.

El chaval no podía apenas hablar. Se había depistado. Nos dimos cuenta de que estábamos perdidos. El chaval se puso a rezar a Alá, y al rato vimos unas luces en la lejanía.(Alá parece que funciona). Un todoterreno nos llevó a Marzouga, donde nos pusimos inmediatamente a negociar con un camellero que nos llevase a la gran duna, nuestro objetivo para bajar con nuestras tablas de snowboard.

Llegamos a un acuerdo, y nos pusimos en caravana camino de la gran duna, con nuestros equipos de snowboard a cuestas. Había luna nueva, toda una experiencia ver ese cielo estrellado, rodeados del inmenso desierto y montando un camello.

Dormimos sobre la arena, usando las mantas bereberes que forman la silla del camello como esterillas. Para hacer sandboard, lo mejor es usar un material no poroso para deslizar, cubriendo la base de la tabla con plástico duro, contrachapado o similar, a falta de ese material, las tablas las teníamos totalmente limpias de cera. Existen tablas específicas de sandboard, prácticamente inexistentes en España.

Al amanecer nos depertamos y nos pusimos camino a la cima de la duna. La cima, muy estrecha, apenas nos permitía estar de pie, nos pusimos el equipo y a bajar. La velocidad es mucho más lenta que en la nieve, pero las sensaciones son mucho mejores. Estás con la tabla, rodeado de un mar de dunas, surfeando en la arena del Sahara. Hicimos varias bajadas, y encontramos un cortadillo donde se podía saltar.

Fue realmente divertido, el giro se tenía que hacer controlando no clavar el canto en la arena y quedarte parado. A medida que avanzaba el día, el calor se hacía insoportable, alcanzando los sesenta grados a pleno día. A las diez de la mañana dejamos de bajar la duna, y nos fuimos hacia Marzouga.

Decidimos largarnos de allí, antes de que el calor acabase con nosotros.

Cogimos una ruta camino del oeste, para acercarnos al mar, deseando pasar unos días de playa y surf y olvidarnos de este calor.

La experiencia fue digna de repetir, y así haremos.

TEXTO Y FOTOS: DAVID CASTÁN MONTES. Copyright © 2003 Asociación Española de Deportes Extremos. Todos los derechos reservados.